viernes, 19 de junio de 2009



Al regreso de su viaje, la distinguida Señora Da. Matilde Aranda y Zubiría Vda. del Hoyo, se encontró con la desagradable noticia de que su primogénito, “el niño Felipito” había dado palabra de matrimonio a Margarita Díaz, la hija del Contador de la casa. El disgusto de la señora, por capricho tan plebeyo del heredero, fue mayúsculo; cierto era que Margarita su ahijada, era un dechado de buenas prendas, unía a su belleza, una educación esmerada que había recibido en el Internado del Colegio de Niñas, donde la generosidad de su madrina la había sostenido por varios años, tocaba y cantaba como los ángeles, según expresaban las personas que la escuchaban, su carácter dulce y sencillo la hacían querer de cuantos la trataban, la misma señora no podía pasar sin ella durante su estancia en esta, pero a pesar de tan buenas cualidades, no podía permitir la aristocrática dama que el heredero de la noble Casa del Hoyo de Aranda y Zubiría, fuera a consumar entronque tan desigual, y decidió cortar por lo sano.

Pretextó un nuevo viaje urgente de negocios llevándose a Felipe, para acallar sus protestas le dijo que era cuestión de unos cuantos días.

Fue Felipe a despedirse de su amada y la encontró llena de pesadumbre, desde el regreso de la señora, tenía un extraño presentimiento, pero confiada en su palabra de que pronto volvería y aprovecharía el viaje para hablar con su madre de sus amores, lo vio partir disimulando su pena.

Una vez en México, acordó el consejo de familia, que había de casar a Felipe cuanto antes con una rica heredera, y la elección recayó en una prima, hija de un acaudalado comerciante que vivía en España.

Desde luego la vida de sociedad que vivió Felipe, fue muy distinta de la tranquila vida de provincia que había llevado desde su salida del Colegio. Fiestas, continuos bailes, teatros, paseos, excursiones, siempre acompañando hermosas muchachas que lo disputaban por su gallarda presencia y su cuantiosa fortuna, él se dejaba querer, secundando sin saber los planes de su familia.

Las cartas ardientes y apasionadas de Margarita, nunca llegaron a sus manos, ni las de él a ella y este silencio inexplicable unido a la vida que llevaba, fueron esfumando el recuerdo de su dulce prometida que lo esperaba muerta de pena.

Cuando la familia de Elvira, su hermosa prima lo invitó a acompañarlas a la Madre Patria, Felipe aceptó encantado, el recuerdo de Margarita lo molestaba a veces y no quería volver tan pronto a ¡a casa de sus mayores para no enfrentarse con ella.

Efectuado el viaje, Da. Matilde escribió a Margarita avisándole que Felipe se había ido a España a pedir la mano de su prima y volvería para casarse a su patria, por lo que le rogaba, confeccionara una de las bellas labores de mano que sabía hacer para el equipo de la novia.

El dolor de Margarita fue inmenso, más, cuando tenía que disimular su pena, para que su padre no se diera cuenta; contestó a su madrina, que sería obedecida ya que pensaba confeccionar el velo de la gentil desposada.

Se recluyó en el pequeño departamento que ocupaba su padre en la misma casa de los señores, una pequeña ventana enrejada se abría a un angosto callejón que desemboca a la Plaza que llaman de la Loza, allí se instaló rogando a los sirvientes de la casa que no la interrumpieran y durante meses, trabajó día y noche en el velo maravilloso que realzaría los encantos de la mujer que le arrebataba a su amado.

Su padre al verla tan demacrada, pretendía que descansara, pero ella no dejaba de trabajar, el tiempo apremiaba, que descansaría después.

Las gentes que pasaban por el angosto callejón siempre la veían inclinada sobre su bastidor y empezaron a llamarle ‘La Bordadora”.

Cuando al regreso del novio. Da. Matilde invitó cariñosamente a D. Fermín el contador y a su hija, el pobre hombre loco de contento se apresuró a acudir al matrimonio del “niño Felipito”, Margarita se excusó diciendo que estaba muy agotada y quería descansar.

Terminada la prenda, fruto de tantas vigilias y esfuerzos, la envolvió cuidadosamente y se la entregó a su padre para que se a ofreciera en su nombre a los novios deseándoles felicidad eterna.

Al desplegar el velo tan maravilloso, todas las personas que lo contemplaron, quedaron extasiadas, parecía confeccionado por manos de hada, un regalo digno de una emperatriz. D. Fermín se sentía dichoso al oír los elogios a Margarita, solo sentía que no estuviera presente.

Después de efectuada la boda, la señora detuvo a D. Fermín para regresar juntos, sabía que Margarita no se sentía bien y quería llevarla a vivir con ella y atenderla y mimarla como a una hija, una vez casado Felipe, no había peligro, y ella la quería tanto.

Al llegar supieron que Margarita, no se había vuelto a levantar, tan mal se sentía. Fueron hasta el lecho, pero ella, no pudo verlos; el esfuerzo por producir aquella prenda maravillosa y más que todo las lágrimas derramadas, habían matado la luz de sus pupilas y estaba ciega.

No quiso irse a vivir con su madrina, siguió frente a su ventana años y años, con la mirada fija en el yació como si esperara ver surgir la imagen de su ingrato amante...

Hasta nuestros días, el angosto callejón donde vivió y murió la cieguecita, se llama de La Bordadora.